Los obispos que integran la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal, de la que depende Cáritas, nos invitan en su mensaje con motivo del Día de Caridad de este año –que se celebra el 23 de junio, en la festividad del Corpus Christi— a “hacer de nuestra vida una entrega creíble en todo momento a los `heridos por la vida´”.
Este es el mensaje íntegro de la CEPS:
FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI, DIA DE LA CARIDAD
(23 de Junio de 2019)
Mensaje de la Comisión Episcopal de Pastoral Social
«Y RENUEVAS LA FAZ DE LA TIERRA» (Sal.103)
La celebración de la fiesta del Corpus Christi nos ofrece una vez más la oportunidad de agradecer y alabar a Dios por el don de la creación, y, sobre todo, el regalo de su Hijo Jesucristo sobre el ara del altar.
1) La creación alaba a su Creador.
La creación es bella porque ha salido de las entrañas del Creador. Dios en su amor infinito nos ha donado el reflejo de su Hermosura: “Y vio Dios que era bueno” (Gn 1). Y hoy en la solemnidad del Corpus Christi, las calles de pueblos y ciudades se engalanan con el color y la fragancia de flores y plantas, tomillo y hierbabuena…lo mejor de nuestros campos y jardines para el Cuerpo de Cristo. Él nos bendice pasando por donde vivimos y nosotros lo alabamos con los frutos y semillas de la tierra que nos sustenta. Ancianos, enfermos, niños, jóvenes y adultos, todo el Pueblo de Dios irá caminando y cantando al Amor de los amores. Adoro y confío.
También es verdad que la belleza de la creación está siendo maltratada, contaminada, expoliada y sometida a la cultura del descarte. Nos exhorta el Papa Francisco: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (Francisco, Encíclica Laudato Si, 13). Es reconfortante saber que el amor de Dios, nuestro Creador, no nos deja: camina y trabaja junto a nosotros dándonos su luz y su fuerza para encontrar nuevos caminos que aviven el gozo de la esperanza. Y hoy miramos el cielo y la tierra con una mirada contemplativa y comprometida para colaborar con Dios en la restauración de la belleza de la creación “porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rm 8,19). De este modo podremos acercarnos sin miedo, con valentía y coraje, a los desiertos materiales y espirituales por los que estamos atravesando y que, con frecuencia, nos lleva a beber en aljibes agrietados.
Eucaristía y creación van estrechamente unidas. Al celebrar hoy la Eucaristía se puede “experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación” (Benedicto XVI. Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis, 29).
2) Tus criaturas custodiamos la belleza y la dignidad humana.
Los hombres de hoy y de mañana necesitamos asombro y entusiasmo para afrontar los desafíos que estamos viviendo, y que se vislumbran en el horizonte, para que la humanidad reanude su camino con buen ánimo y mucho sentido común, buscando siempre el bien, convencidos de que: “El Creador no nos abandona, nunca dio marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado” (Francisco. Encíclica Laudato Si, 13). Dios cuida y alimenta a su pueblo como lo hizo con el pueblo de Israel, ofreciéndole el maná para que no desfallezcan. Ahora es Jesucristo el que se nos ofrece como Pan de Vida cuando celebramos la Eucaristía, memorial del sacrificio en la Cruz y de la Resurrección.
En la solemnidad del Corpus Christi, día de la Caridad, el Señor nos llama a descubrirle y a encontrarnos con su imagen en todos los hombres y mujeres, sirviéndole en cada uno de ellos, de modo especial, y con inmensa misericordia y compasión, en los más pobres, frágiles y necesitados. Es un tiempo de gracia, propicio para parar el frenético y acelerado ritmo de vida que llevamos con frecuencia, descuidando el ir a lo esencial de nuestra vida, como discípulos misioneros del Señor. Hoy se nos hace una gran donación, un gran regalo del cielo a la tierra, que nos llena de alegría y que no encontraremos en otro sitio. Hoy, día de la Caridad, hemos de pedir con insistencia y de manera reiterada a la Trinidad Santa que purifique nuestra mirada: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Sólo así podremos ver con los ojos del corazón, asombrarnos y custodiar la dignidad del hombre, creado imagen y semejanza de Dios. Los ojos de la fe son los que ven lo bello de cada persona y se maravillan ante la belleza de la creación y el amor sin límites del Creador.
3) La caridad defiende la faz de los pobres.
Al celebrar el Cuerpo de Cristo experimentamos su entrega “hasta el extremo” (Jn 13,1) y somos enviados al mundo para ser testigos de la compasión y la misericordia del Señor por cada hermano. Vamos hacia ellos con los mismos sentimientos de Jesús.
Hoy, día de la Caridad, la Iglesia nos recuerda que la Eucaristía sin caridad se convierte en culto vacío, tantas veces denunciado en la Sagrada Escritura y por el Magisterio de la Iglesia. S. Juan Pablo II nos decía: “No podemos engañarnos: por el amor recíproco y, en especial, por el desvelo por el necesitado seremos reconocidos como discípulos auténticos de Cristo (Cf Jn 13.35; Mt 25,31-46). Este es el criterio básico merced al cual se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas (San Juan Pablo II. Carta apostólica Mane nobiscum domine, 28).
Damos gracias a la Trinidad Santa por las manos generosas al servicio de la caridad que dedican su tiempo y entregan su persona al servicio de los necesitados en Cáritas y en otras instituciones de la Iglesia. Pedimos al Espíritu Santo que haga de nuestra vida una entrega creíble en todo momento a los “heridos por la vida”: pobres; sedientos de Dios; transeúntes; emigrantes con sus adversidades; refugiados; familias desestructuradas; marginados; personas atrapadas y esclavizadas por las drogas, el alcohol u otras dependencias; la trata de mujeres en la esclavitud de la prostitución; las estrecheces por las que pasan los desempleados; ancianos solos; enfermos mentales; necesitados de compasión.
La Venerable Madeleine Delbrêl nos enseña: “Nosotros tenemos un corazón para compadecer, manos para cuidar, piernas para ir hacia todos los que sufren” (Delbrel, M., Gilles F. y Pitaud, B., “El bello escándalo de la caridad”. Narcea, 2016). Esto quiere decir que, cuando la Palabra y la caridad van juntas se anuncia a Cristo. La Palabra sin caridad corre el riesgo de ser pronunciada solo a flor de los labios. La caridad sin la Palabra se arriesga a silenciar su origen.
El Cuerpo de Cristo nos urge a acompañar a los pobres y construirles andamios de esperanza en un futuro mejor, como Dios quiere. No olvidemos que Jesús mismo nos ha dicho en una página solemne del Evangelio, que lo que hagamos o dejemos de hacer con los necesitados, a Él mismo se lo hacemos (cf. Mt25)
Ponemos bajo el amparo de la Virgen María, consuelo de los afligidos, toda la creación y a todo hombre y mujer, para que nos lleve a Cristo, Luz de los pueblos, con el fin de que se renueve la faz de la tierra y la faz de los pobres.
Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social