Luis es de Toledo y conoce lo que es tener de todo y no tener nada. Ha pasado por los dos extremos de la vida. Fue empresario con 16 trabajadores, “viviendo muy bien y teniendo todo lo que quería”, pero con la crisis económica todo cambió: mi empresa, mi familia y mi vida.

Luis está divorciado. Ha tenido tres hijos, uno de los cuales murió con cinco años porque tenía parálisis cerebral.  Creó una empresa con 16 trabajadores en el Polígono de Toledo, con varios camiones, siendo referente en el sector en la zona. En 2010 con la llegada de la crisis dos clientes “me devolvieron cheques de mucho dinero y tuve que devolver cheques a los bancos. Yo para los bancos soy un moroso y ahora no puedo tener ni una tarjeta de crédito”, afirma Luis.

La crisis llegó para todos, y cuando comenzaron los impagos y las deudas, a todos se nos complicó la vida. “A mi hijo le gustaba mucho el alcohol y su madre le daba el dinero que se gastaba en la bebida. Así era un día sí y otro no. Una noche vino muy mal y yo enfadadísimo perdí los nervios y le pegué. Mi hija se metió por medio y también la pegué”, confiesa Pedro que reconoce que se arrepintió al primer minuto.

Su familia le echó de casa. Se divorció y a los dos meses se intentó suicidar con una ingesta de pastillas, estando tres días en el hospital y quince días en el psiquiátrico. Sólo le quedaban dos amigos que le ayudaron.

“Pasé de vivir en un gran chalet a vivir a una habitación. De la empresa sólo rescaté 50.000 euros que repartí entre mi mujer y yo. Un chalet y un piso que teníamos en una de las zonas ricas de Toledo me dijo el abogado que lo pusiera a nombre de mis hijos, a los que les di sus respectivas carreras. Lo vendieron y se quedaron con todo el dinero y a mí no me dieron nada”, expresa Luis, que se lamenta que sus hijos llevan ocho años sin hablarme, a pesar del intento de este por acercarse a ellos.

El 5 de agosto de 2018 pasó a vivir a la calle, durmiendo en un coche que tiene más de 15 años, recibiendo solo la ayuda de los dos amigos que le quedan. “Los vecinos llamaron a la Policía, alertando de que vivía en el coche. Les dije que no tenía dónde ir, y con su ayuda y con el párroco de Santa Bárbara (Toledo) llegué al Albergue de Toledo”.

“Fui al albergue y allí comencé de nuevo mi vida”, dice Pedro, que “aunque era muy reacio a ir al albergue porque siempre lo asociaba a drogas y a bebida y nada tiene que ver”. “Es un hogar donde he encontrado el apoyo que necesitaba y donde siempre me han tratado con toda mi dignidad, ayudándome en todo lo que precisaba”.