El relato de la Navidad en la Misa del gallo es conmovedor. Con él quiero acercarme a ustedes, comentando este texto evangélico. Así, además, les felicito la Navidad desde estas páginas de “Padrenuestro”, tan cerca ya de esta entrañable fiesta cristiana. En el texto de san Lucas (2, 1-14) se nos narra un “hecho de estado”, o, si quieren, un hecho “majestuoso”, que preocupaba mucho entonces en el Imperio Romano. El emperador, en efecto, da un decreto ordenando que se haga un censo en todo el mundo. Y, claro, todo el mundo estaba preocupado por eso. Y ahí, precisamente en medio de todo, nace un Niño.
Llama la atención cómo el relato va pasando de lo grande, de lo poderoso, a lo pequeño, a lo sencillo, a lo humilde. Grande es incluso el coro de los ángeles, que, de alguna manera, manifiesta la gloria de Dios. Pero cantan “gloria a Dios –al único que hay que adorar y glorificar – y paz a los hombres”. En medio de esa grandeza humana (la del emperador) y la grandeza celestial (la de los ángeles) hay signos de sencillez: unos pobres pastores que cuidaban de sus ovejas por turno durante la noche. Pero precisamente es a estos “sencillos” a quienes se les anuncia una gran alegría: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.
Esta manera de narrar del evangelista pienso que nos indica la pasión de Dios por los humildes y los sencillos. Es también un rasgo del evangelio de san Lucas, como nos muestra en otros lugares de su narración evangélica. Y creo que se trata, por ello, de un deseo de subrayar la pasión de Dios por aquellos que son pacíficos, que no tienen pretensión de ser más que los demás y desactivan de este modo uno de los orígenes de tantas guerras. Sí, es la pasión de Dios por la humildad; la pasión de Dios por la sencillez. La sencillez que le hace a uno mostrase como es, la que no maquilla el alma y la persona para engañar o conseguir ventajas. La sencillez que está para servir, que está para adorar, que está para sentirse uno con los demás, un hijo de la Iglesia, pueblo de Dios.
Hermanos, pienso que aquella noche también Dios Padre la pasó en vela, como María y José, como los pastores, cuidando de lo sencillo, lo pequeño. Permítasenos expresarnos así respecto de las personas divinas. Dios está siempre cuidando de lo más sencillo y más elemental que tenemos los hombres: la vida.
Por eso, quisiera pedirle a Dios que, en medio de tantas pretensiones humanas, que hacen zozobrar la paz de las personas; en medio de tanta soberbia y petulancia que nos acecha por todos lados –incluso en nuestro propio corazón, donde somos tentados- quisiera pedirle a Dios Padre que nos haga repetir otra vez en esta Navidad: “Mirad la señal de esta noche: un Niño recostado en un pesebre”. ¿Por qué se quiere tantas veces ocultad esta realidad, haciendo de la Navidad una mera expresión cultural, que aburre? Muchas luces en calles y plazas, muchos deseos de felicidad sin saber dónde se encuentra ésta no ocultan el cansancio de nuestra sociedad descreída, que no se renueva en actuar y balbuce un deseo de algo más grande.
Y les daría –si me lo permiten, después de dármelo a mí mismo- un consejo: Miren cómo está Dios enamorado de la sencillez y de la paz, de la verdad de nuestras personas como seres humanos, necesitados. Pídanle esta noche al Señor: poder adorar a Dios, porque queremos esta gracia especial en Navidad. Que el Señor nos conceda la gracia de la Nochebuena. Feliz Navidad.
X Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España