Escrito semanal de don Braulio, arzobispo de Toledo, con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi.
¡Qué texto tan sugerente el que nos proporciona Mc 14, 12-15! La pregunta de los discípulos suscita una particular respuesta del Señor: “Id a la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua, seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?” ¡Cómo preparaba el Señor las cosas! Y los hizo partícipes a sus discípulos de la preparación de ese acontecimiento tan sagrado y tan especial como fue la última Cena.
La Eucaristía es la vida de la Iglesia, es nuestra vida. Pensemos en la Comunión que nos une con Jesús al recibir su Cuerpo y su Sangre. Pensemos en su sacrificio redentor porque lo que comemos es su “Carne entregada por nosotros” y lo que bebemos es su “Sangre derramada para el perdón de los pecados”; ¡cómo no mirar por su preparación! Jesús dio mucha importancia a eso de preparar. Es una de las tareas que se reserva para sí en el cielo: “Porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo” (Jn 14, 2-3). La Eucaristía es ya un anticipo de ese lugar, una prenda de la gloria futura: Cada vez que nos reunimos para comer el Cuerpo de Cristo, el lugar en el que celebramos se convierte por un rato en nuestro lugar del cielo, Él nos toma consigo y estamos con Él.
Todo lugar en el que se celebra la Eucaristía –sea una Catedral, una humilde capillita o una catacumba- es anticipo de nuestro lugar definitivo, anticipo del cielo que es la comunión plena de todos los redimidos con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Así nos sentimos en esta fiesta del Corpus: nos sentimos en nuestro lugar común, reunidos donde Él está. Y su manera de estar es la del Resucitado que prepara la comida para los discípulos que habían pasado toda la noche sin pescar nada. San Juan, cuando narra este episodio, nos dice que, apenas bajaron a tierra, los discípulos vieron preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan (cfr. Jn 21, 9). Esa es la imagen verdadera de quién es Jesús para nosotros: El que cada día nos prepara la Eucaristía.
Pero, después de comulgar, nosotros tenemos que prolongar la Misa, llevar el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio y el trabajo, y pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre. Por eso, como discípulos, le podemos preguntar hoy de nuevo a Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la Eucaristía?”. Y Él nos hará sentir también hoy que Él tiene todo preparado. Hay, sin duda, muchos cenáculos en nuestras ciudades y pueblos donde el Señor ya comparte su pan con los hambrientos, hay muchos lugares bien dispuestos donde está encendida la luz de su Palabra, en torno a la cual se juntan sus discípulos. Hay mucha gente que camina con sus cántaros de agua y va dando de beber la Palabra del Evangelio a nuestra sociedad sedienta de espíritu y de verdad. Hay jóvenes que recorren un camino para llegar a esos cenáculos y que asisten a la procesión del Corpus en tantos lugares.
Pero el Señor quiere que preparemos su Eucaristía en todo suelo de nuestra patria, de nuestra ciudad, de nuestro pueblo. Hay que abrir lugar para que entremos todos, pues faltan muchos, saliendo nosotros a buscarlos hacia todas las orillas existenciales. En esta sociedad de tantos lugares cerrados, de tantos cotos de poder, de tantos sitios exclusivos y excluyentes, queremos preparar al Señor una “sala grande” en la que haya lugar para todos. Porque así son los banquetes del Señor. Fiesta en las que la sala, a la que muchos invitados despreciaron, se llena de invitados humildes que quieren participan con alegría de la Acción de gracias del Señor.
XBraulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España