El cartel del Día de la Caridad 2021, fecha tan señalada para Cáritas, viene este año determinado, lógicamente dadas las circunstancias, por la situación que está atravesando la humanidad debido a la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias.
Los datos: a día 14 de mayo de 2021 se ha informado de más de 162 millones de casos de la enfermedad en 255 países y territorios en el mundo, y 3.372.013 de fallecidos.
La pandemia, por otro lado, ha tenido un efecto socioeconómico devastador; un tercio de la población mundial se encuentra confinada, en mayor o menor medida, con fuertes restricciones a la libertad de circulación, lo cual ha conducido a una reducción drástica de la actividad económica y a un aumento paralelo del desempleo. Pensemos sólo en nuestra economía nacional: España cerró el año 2019 con más de 83 millones de turistas, y 92.278 millones de euros de gasto, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Durante 2020, los turistas que visitaron España, no llegaban a los 19 millones; el número había disminuido en más de un 77%.
En un informe de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana a la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, presentado el pasado 17 de noviembre de 2020, se subraya cómo la crisis ha generado una rápida y profunda herida en nuestra sociedad española. “La pandemia –dice el informe- se ha convertido en un hecho social totalizante. No solo ha afectado a la salud de la población, sino que ha trastocado todas las dimensiones de la existencia. Desde los aspectos sociales y económicos a los familiares y religiosos. Nada ha quedado inmune a los efectos de esta pandemia. De hecho, -continúa el informe- los cambios profundos que hemos vivido desde el inicio de la crisis son todavía demasiado cercanos para analizar en profundidad sus consecuencias”.
Como suele pasar en momentos de crisis, las familias más vulnerables suelen ser las más castigadas. Las mujeres, los jóvenes y los trabajadores de la economía informal, particularmente los inmigrantes, son los que corren mayor riesgo de perder sus empleos por el cierre de empresas. Además, estas familias se encuentran con que la capacidad de soporte de sus redes de apoyo es cada vez menor.
Y, todavía, después de un año entero, nuestro mundo sigue afrontando la lucha contra la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias, ese auténtico drama que ha afectado a casi todas las dimensiones de la vida de las personas.
Algo de esta oscuridad que envuelve a la humanidad hoy, quiere recoger el cartel del Día de la Caridad 2021 de Cáritas Diocesana de Toledo, cuya foto acompaña a este artículo. La noche, que envuelve la figura del Papa Francisco, junto con la cita del evangelio de san Marcos, nos remite a aquella otra, en el lago de Genesaret, famoso, entre otras cosas, por las tremendas tormentas que de improviso se desencadenan, y que llevó a los discípulos a decirle a Jesús: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”. Recordemos que las aguas en continuo movimiento, sin forma permanente, sin consistencia, son en la Biblia el símbolo del caos, de la destrucción y de la muerte.
Así, la situación de la vida pública mundial, ya de por si dispar, discordante, desordenada y, por ello, engendradora, con razón muchas veces, de desafección y hastío, se ha visto acelerada e intensificada por la pandemia del COVID19.
Pero, dado que no debe hacerse, solamente, una lectura histórica del relato evangélico sino también una lectura contemporánea, tanto a nivel personal como comunitario o eclesial, nos damos cuenta de que la terrible “noche” que atraviesa la Iglesia en estos tiempos, y que incide plenamente en el mundo, no procede tanto de fuera como desde dentro. Lo vemos claramente con los últimos acontecimientos que se han sucedido en la Iglesia en Alemania; con el desafío a la Iglesia universal por parte de no pocos obispos, sacerdotes y laicos en relación de una pretendida bendición a las parejas homosexuales o a la intercomunión, es decir, la posibilidad de que cristianos de diferentes confesiones y denominaciones puedan participar conjuntamente de los sacramentos y otros bienes sagrados. Todo ello responde a un planteamiento de transformar la Iglesia en una organización religiosa en sintonía con el pensamiento dominante.
En realidad, se trata del combate contra el enemigo mortal de la Iglesia: la gracia barata.
Un poco antes de ser ejecutado por los nazis, Dietrich Bonhoeffer escribió en un libro titulado “El precio de la gracia. El seguimiento”: » La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador. […] La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos. La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado”.
Y, así, Dios desaparece del horizonte de los hombres, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, y se apaga la luz que proviene de Dios, es decir, se apaga la fe.
Por eso, la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo, “la prioridad que está por encima de todas, es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado” (Carta de su santidad Benedicto XVI a los obispos de la iglesia católica, de 10 de marzo de 2009, sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre).
Y para ello, necesitamos la gracia cara:
“La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo – «habéis sido adquiridos a gran precio»- y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros. Es gracia, sobretodo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios” (Dietrich Bonhoeffer. Ibidem).
¿A dónde acudir, como a su fuente, para recibir y reafirmar la gracia cara? A la Eucaristía: porque ahí Dios se hace nuestro alimento, nuestra fuerza en el camino a menudo difícil, nuestra presencia amiga que transforma”. (Cfr. Benedicto XVI. XXV° Congreso Eucarístico Nacional italiano, el 11 de septiembre de 2011)
La gracia cara es la Eucaristía: “De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin”. (Concilio Vaticano II. Sacrosanctum Concilium, n. 10)
La Eucaristía es la que “hace” a la Iglesia. La “hace” mediante consagración, mediante comunión, mediante contemplación y mediante imitación.
De ahí que en el cartel que comentamos, a la noche se opone, en la figura del papa Francisco que lleva el Santísimo, (el 27 de marzo de 2020, el papa Francisco presidió un momento extraordinario de oración en el atrio de la Basílica de San Pedro, en el que impartió la bendición Urbi et orbi), la luz, la luz de la Eucaristía, la luz de Dios, la luz del “Señor [que] bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones”, la luz de la Iglesia, porque la Iglesia católica es Iglesia de Eucaristía.
Por don José María Cabrero Abascal, delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Toledo