«¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo».
(San Pablo VI, papa. Homilía pronunciada en Manila, el 29 noviembre 1970)
Al finalizar el curso pastoral, es muy frecuente la presentación pública de las memorias anuales del año anterior; o sea, la muestra de la relación de ingresos y gastos realizados en la institución, el balance económico. De hecho, en la mañana del pasado miércoles, 23 de junio, lo hacía Cáritas Española, y en los próximos días lo hará Cáritas Diocesana de Toledo.
No obstante, esta radiografía de la gestión de los recursos económicos, no debe quedar en una especie de inventario financiero; los datos de cada memoria sólo tienen sentido en virtud de la razón de ser de Cáritas, organismo eclesial que comparte la misión de la Iglesia, según han querido resaltar siempre los pontífices.
En este sentido, el Magisterio de la Iglesia es constante en invitar, a todos los católicos, a reafirmar su condición de evangelizadores. Es un principio irrenunciable. No puede ser de otra manera: «Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás». (San Juan Crisóstomo, Homilía 20, sobre el libro de los Hechos de los apóstoles (4: PG 60, 162-164). Ahí incluidos, por supuesto, los miembros de Cáritas.
«Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana». (Benedicto XVI. DCE 19)
Don Francisco Cerro Chávez, nos lo recordaba, tanto en la homilía de su toma de posesión como Arzobispo de Toledo: «hay que salir a evangelizar las periferias, a los emigrantes y a los refugiados, con confianza, diciendo a cada persona que Dios le ama», como en la entrevista que le efectuó VaticanNews tras su audiencia con el Papa Francisco el 10 de mayo de 2021: «Creo que como siempre, la Iglesia tiene una misión, decía Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, qué es evangelizar, solo existe para evangelizar», «para decirle al mundo que Jesucristo le ama, qué es el Salvador, el Redentor, y que Él es el que nos ha revelado el amor del Padre y el que nos da su Espíritu».
Esto nos lleva, y ahora me dirijo particularmente, al equipo directivo, al voluntariado y al cuerpo técnico de nuestra institución diocesana, a considerar que, si toda institución eclesial y todo cristiano es, o debe ser evangelizador, Cáritas tanto en sus voluntarios como en sus contratados, deben ser verdaderos anunciadores del mensaje cristiano. Lo que conlleva a una reflexión personal sobre el por qué, para qué y el cómo, de nuestra labor en Cáritas, y, por tanto, a revisar cada uno, si comparte la misión de la Iglesia de manifestar, a través de la caridad vivida, ese amor que es Dios mismo.
No basta limitarse a realizar una labor técnicamente impecable pero distante; es imprescindible que la preceda y acompañe una dedicación al otro con una atención que sale del corazón. Por eso, los ministros de la caridad, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón», por dónde «se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6)» (DCE 31).
Los agentes de Cáritas, están llamados a ofrecer el fundamental argumento del misterio del amor vivificante y transformador de Dios manifestado en Jesucristo, en la manifestación de la caridad fraterna y esta adquiere todo su significado «sólo cuando se transforma en testimonio, provoca la admiración y la conversión, y se hace predicación y anuncio del Evangelio de parte de la Iglesia y de cada bautizado» (Sínodo de los obispos. XVIII Asamblea general ordinaria. La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Instrumentum laboris 27).
Cuando se plantea la dimensión evangelizadora de la acción caritativa y social, se apunta a veces el riesgo de instrumentalizar la caridad y de hacer proselitismo. Este riesgo puede darse, pero no por ello hemos de renunciar a la misión evangelizadora de la caridad. Uno de los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial es que ella no es lo que hoy se considera proselitismo, pero no deja de lado a Dios y a Cristo. Por un lado, nunca trataremos de imponer la fe de la Iglesia a los demás o de “comprarles” para que acepten esa fe; por otro lado, si anunciar el Evangelio tiene el riesgo de hacer proselitismo, no anunciarlo tiene el riesgo de convertirnos en una ONG. De cualquier manera, el cristiano sabe cuándo es oportuno hablar de Dios y cuando lo prudente será dejar que hablen las obras.
Contaba Santa Teresa de Calcuta que, en cierta ocasión, acudió a recoger una limosna que, para los leprosos, había reunido la gente de una comunidad hindú. Relata que, en cierto momento, se levantó el secretario de esa misión y dijo: “Cuando veo a las Misioneras de la Caridad andando por las calles de Calcuta, creo que Jesucristo ha venido de nuevo, y que camina en y a través de ellas haciendo el bien” (Madre Teresa. “Donde hay amor está Dios”. Pág. 176).
Y, ahora, algo fundamental: el miembro de Cáritas debe dejarse evangelizar para ser evangelizador. No podría uno dejarse guiar por el amor y así servir al hombre, si ese amor no se alimenta en el encuentro con Cristo. Efectivamente «el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto». Por ello, ha de volver una y otra vez a la fuente de la caridad, que naturalmente es el Señor y ofrecer esa misma fuente también a aquellos que acompaña.
Al respecto, no pueden dejarnos indiferentes las palabras del Papa Francisco en el número 200 de su Exhortación Evangelii Gaudium: «Quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria».
Lo que nos ha de llevar a aprovechar, nosotros mismos, y a ofrecer todos los medios que la propia Iglesia reconoce como aptos y propios para acercarse a Dios o para intensificar ese acercamiento: participación en la eucaristía parroquial y rezo de la Liturgia de las Horas, por ejemplo, pero también, Ejercicios Espirituales, Cursillos de Cristiandad, retiros de fin de semana, en sus múltiples modalidades, Retiros Emaús, Retiros Nueva Vida, Seminarios en el Espíritu, etc.
Cáritas, desde la vivencia de su propio carisma, es consciente de que no le corresponde dedicarse ella misma a impartir retiros, cursos o seminarios que responden a un carisma concreto o a una espiritualidad específica, salvo que fuesen retiros específicamente sobre la virtud y el ejercicio de la caridad; mucho menos se puede identificar Cáritas con alguno o alguno de estos métodos o con los movimientos o espiritualidades desde los que se promueven. Pero sí valora y aprecia todos estos instrumentos como una verdadera riqueza al servicio de la evangelización y del crecimiento en la vida espiritual, lo que le lleva no solo a ofrecerlos sin complejos a sus agentes y a los participantes en sus proyectos, sino a animar a todos a tomar parte en ellos con fervor, e incluso, llegado el caso, facilitando la posibilidad de recibirlos mediante el empleo de los necesarios recursos.
Dios nos conceda la gracia de seguir trabajando, desde la unidad y desde el aprecio de los diferentes carismas, en la hermosa tarea de dejarnos convertir y de evangelizar los corazones, llevándolos a una mayor apertura hacia el Señor y hacia los demás.
José María Cabrero Abascal
Delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Toledo