En el escrito semanal de don Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo, nos desea » unos días de descanso y vacaciones saludables, si es posible tenerlas, sin olvidaros de los pobres y de quienes en verano como en invierno sufren por tantas cosas: enfermedad, falta de trabajo, soledad, amenaza de ser descartado de la vida normal de la sociedad en la que vivimos por falta de oportunidades».
Asimismo hace referencia al próximo Programa Pastoral expresando que “fomentar la vivencia de la Eucaristía como Sacramento del Amor y la plenitud de la iniciación cristiana”. Se trata de reconocer la centralidad del domingo en esa iniciación necesaria para el que quiera ser cristiano. Perder el domingo es tanto como perder la gratuidad y la hondura de la vida, perder el recuerdo de la Palabra de Dios y con ella la referencia a Dios en el espesor de la vida cotidiana, y el mismo sentido moral y cristiano de nuestras relaciones y actividades. Con el domingo perderíamos mucha humanidad.
¿A dónde iremos el domingo?
Parece que el ser humano tiene cierto horror al vacío en su vida. No nos gusta vivir en el vacío, sin tener nada que hacer ni saber cómo ocupar el tiempo. Eso lo saben bien las concejalías de festejos y buscan cómo entretener a la gente. Los fines de semana y los días de vacaciones, si las tenemos, son siempre una oportunidad de ocio; pero nos preocupa si aparecen como huecos que tenemos que llenar y no sabemos cómo afrontar ese vacío. ¿Qué hacemos? ¿A dónde vamos? Les pido una pequeña reflexión. Las fiestas de verano, las visitas al pueblo, el encuentro con los familiares y amigos, las pequeñas excursiones al campo o a las ciudades cercanas, ¿nos libran del aburrimiento? Sin duda esto es posible, aunque algunos tienen que dormir durante el día para compensar el cansancio de las noches quemadas en la calle, en los bares o en los espectáculos al uso.
En todo este entramado, les invito, pues, a pensar en lo que sucede con frecuencia entre los católicos y la Misa dominical. Con esta variedad de ocupaciones en fines de semana o en vacaciones con frecuencia familias cristianas enteras, los jóvenes y los menos jóvenes, se acostumbran a dejar la Misa dominical y a olvidar el carácter sagrado del domingo. Alguien ha dicho que el domingo está dejando de existir. Se habla, sí, del “fin de semana” como un bloque de tiempo indiferenciado, dedicado al ocio y a la diversión. Si llegáramos a perder el sentido sagrado del domingo, sería una pérdida gravísima; pero no sólo cristiana religiosa, sino también cultural.
El Programa Pastoral del próximo curso, el tercer objetivo es: “Fomentar la vivencia de la Eucaristía como Sacramento del Amor y la plenitud de la iniciación cristiana”. Se trata de reconocer la centralidad del domingo en esa iniciación necesaria para el que quiera ser cristiano. Perder el domingo es tanto como perder la gratuidad y la hondura de la vida, perder el recuerdo de la Palabra de Dios y con ella la referencia a Dios en el espesor de la vida cotidiana, y el mismo sentido moral y cristiano de nuestras relaciones y actividades. Con el domingo perderíamos mucha humanidad.
En nuestro mundo, sin la Misa dominical, peligra el ambiente cristiano de la familia: niños y jóvenes crecen ya al margen de la Iglesia y de la fe. Las diversiones, y su séquito de dinero, pereza, erotismo, etc., van invadiendo poco a poco la vida personal y familiar. Entre todos tenemos que cuidar de que las celebraciones dominicales sean un acontecimiento hermoso y religioso, que llegue al corazón. Ya sé que no es ésta tarea fácil. Que habría incluso que preparar en familia entre semana, al menos un día, la Misa del domingo, y saber cuáles son las lecturas.
Pero es tan importante el domingo, nos jugamos tanto los católicos en ello, que me gustaría que os quedase esa preocupación: sin el domingo bien celebrado no podéis conservar una fe vigorosa ni podréis trasmitirla a vuestros hijos. Cuando tantos se están acostumbrando a prescindir del domingo, no es posible que no nos demos cuenta de que poco a poco dejamos de ser cristianos. Tenemos que decir claro y muy alto: “No podemos vivir sin el domingo”. Y la tibieza de los padres ante el domingo produce la incredulidad de los hijos.
Volveremos sobre este tema en el próximo curso. Ocupará nuestras preocupaciones. Tiempo habrá para ello. Pero aprovecho para desearles unos días de descanso y vacaciones saludables, si es posible tenerlas, sin olvidaros de los pobres y de quienes en verano como en invierno sufren por tantas cosas: enfermedad, falta de trabajo, soledad, amenaza de ser descartado de la vida normal de la sociedad en la que vivimos por falta de oportunidades.
Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España