Junto a toda la Iglesia Católica, nuestra Iglesia diocesana está haciendo en este curso la experiencia de caminar juntos.
El Sínodo es una experiencia preciosa de comunión, de sentir que ser Iglesia es vivir unidos en Cristo a la escucha de su Palabra, en la comunión de la Eucaristía y enviados a la misión. Como los discípulos de Emaús, también nosotros necesitamos vivir la experiencia de Jesucristo vivo que camina con nosotros y nos invita a comunicar el gran regalo de la fe y el amor que salva: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito” (Jn 3, 16) para que tengamos vida plena. Por este motivo, la Iglesia ha defendido siempre la vida humana como el primero de los dones de Dios. En efecto, todas las gracias de Dios se asientan sobre este primer regalo que está llamado a desarrollarse y alcanzar la plenitud del amor. Toda vida humana es un don, un regalo para aquel que la recibe y para toda la humanidad.
Por eso, la Iglesia está comprometida con la defensa de la vida humana, de toda vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural que, gracias al misterio pascual de Cristo, se ha convertido en la puerta de la eternidad. Por el Bautismo hemos quedado unidos a la muerte y resurrección de Cristo, de modo que nuestra vida está llena de esperanza. La celebración de la Jornada por la vida el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, nos convoca para tomar conciencia de este gran regalo de Dios que debe ser acogido y cuidado, como dice el lema de la Conferencia episcopal para la jornada de este año, así como nos compromete a rezar para que efectivamente el derecho 4 a la vida sea respetado en toda la sociedad civil. Vivimos tiempos difíciles en los que este derecho fundamental se ve sometido a la arbitrariedad de los deseos humanos, como si el hombre tuviera en su mano el poder de controlar y determinar quién merece o no tener vida. Pero frente a estos abusos, confiamos en el poder de la oración que mueve los corazones y en el compromiso de todos los fieles de la Iglesia, especialmente del laicado, que debe manifestar ante el mundo la belleza del “Evangelio de la vida”.
En el contexto de este año del laicado, quiero recordar a todos los fieles el deber moral que tenemos de comprometernos con la defensa de la vida comenzando con la acogida del hermano que tenemos al lado, en la familia o en la Parroquia, en el trabajo o en los encuentros con los más vulnerables. Así como el compromiso con buscar caminos en el ámbito de la vida pública para acoger, cuidar y defender la vida, especialmente de los no nacidos, los enfermos o ancianos y los más necesitados, cuya voz es acallada. Por este motivo, convoco a toda la Iglesia diocesana a vivir el mes de marzo, mes de la vida, como un mes de especial oración por esta intención. Así, propongo que cada día de este mes haya alguna realidad o grupo de la Archidiócesis que eleve el rezo del rosario por estas intenciones. ¡Qué mejor manera que acudir a nuestra Madre para que Ella, que nos dio a luz al Salvador, nos ayude en esta lucha contra el mal! La Virgen con su “sí” abrió la puerta de este mundo al Salvador, fuente de la vida nueva. Acudamos, pues, con confianza para que Ella sigua abriendo tantas puertas cerradas, para que toda vida humana sea acogida, defendida y acompañada hasta la plenitud del amor. A nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, encomendamos el fruto de estas jornadas por la vida.
Atentamente
Don Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo
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