Un día estaba tocando fondo y Dios puso una persona delante de mí que me dijo unas breves palabras que cambiaron mi vida completamente: Estaba estresada y deprimida y una de las madres a la que había conocido recientemente me preguntó cómo me encontraba. Ella lo dijo con tal compasión –no era simplemente un saludo- ¡ella realmente quería saber cómo estaba! Así que le dije que yo creía que necesitaba intentar algo de yoga relajante o algo porque simplemente no sabía cómo sobrellevar los problemas por los que estaba pasando. Esta amiga me contestó muy amablemente: “Conozco algo cien veces mejor que eso. ¿Sabes lo que es la adoración?”. Bueno, lo había visto anunciado en el boletín parroquial pero no sabía realmente lo que era aunque me consideraba católica. Esta amiga procedió a contarme lo que nosotros sabemos que es la presencia real de Cristo en la Eucaristía –¡ese milagro que ocurre justo enfrente de nuestros ojos en la Misa cuando el sacerdote consagra el pan y el vino! Sabía que debería haber aprendido esto en el colegio pero por alguna razón, ¡parecía que ésta era la primera vez que alguien me hablaba de eso! Ella me sugirió que fuese delante del Santísimo Sacramento y simplemente me sentase.“¡No hagas nada!”, dijo, “simplemente siéntate allí.” Aún no lo entendía pero pensé: “bueno, un rato de silencio quizá sea lo que necesite”.
Entré en la capilla cuando la luz de la mañana atravesaba la vidriera. El aire estaba impregnado del Espíritu Santo. Pensé que era extraño que sentía mis pies tan pesados como si estuviera andando a través de medio metro de barro. La capilla estaba llena de gente pero tan silenciosa que podías oír una moneda caer. Me incliné ante el Santísimo Sacramento expuesto en el altar y me senté con este libro. El libro me condujo a una conversación con Jesús y una meditación –¡menuda profunda meditación que una hora y media pasó como diez minutos! Miré hacia abajo y vi que mi camisa estaba empapada con las lágrimas que habían estado cayendo mientras leía. ¡En ese momento también me di cuenta de que los otros también estaban sollozando como si estuviesen pasando por la misma experiencia! Miré hacia arriba a la custodia e instantáneamente me sentí confortada. Una gran fuerza. Algo que sólo puede describirse como un amor puro y completo irradiando hacia mí. Es un sentimiento que no puede ser traducido en palabras y un momento que nunca olvidaré. ¡Jesús Vive y está en la Eucaristía!
Testimonio de J. Rosario en
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