Homilía de don Braulio, arzobispo de Toledo, con motivo de la Solemnidad del Corpus Christi
¡Impresionan tus palabras, Señor, que recoge el Apóstol san Pablo para recordárselas a los cristianos de Corinto! Tal vez ya las habían ya olvidado, cuando aún había pasado tan poco tiempo desde la noche en que ibas a ser entregado. ¿Nos ocurre a nosotros lo mismo? Me pregunto, por ello, en este día: ¿Cómo has entrado, Jesucristo, en mi vida? No me he encontrado contigo literaria o filosóficamente, sino en la fe de la Iglesia o, como ha dicho más bellamente el Papa Benedicto: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por un encuentro… con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1).
Pero ese encuentro contigo, Cristo, tiene su origen –lo has dicho tú mismo- en el amor del Padre de los cielos, que ha querido entregarte a nosotros y por nosotros en tu Iglesia santa a toda la humanidad. Lo más hermoso es que tú no eres para mí un simple gran personaje del pasado, sino alguien que sigue vivo y que continúas actuando en nuestros días: alguien con quien yo también me puedo encontrar hoy. Siempre me ha ilusionado constatar que hay posibilidad de encontrarme contigo, porque, al renovar tu Iglesia tu presencia entre nosotros en la celebración de la Eucaristía, sucede lo increíble: Tú, Señor, no has partido al Padre en tu Ascensión, sino que, estando tú encubierto a mi vista, estás aquí, Cristo Resucitado. No te has ausentado, sino que te has establecido para siempre en medio de nosotros por medio del Espíritu Santo. Estás con nosotros, siempre presente en tu Iglesia. Estás presente en nuestra celebración eucarística, te quedas en nuestros sagrarios, como estás presente en tu Palabra, pues eres tú mismo el que hablas cuando se lee en la Iglesia, y según el sentir de la Iglesia, la Sagrada Escritura.
Pero, ¿qué significa para mí la fiesta de tu Cuerpo y de tu Sangre? ¿No es también tu Eucaristía, como la Pascua cristiana, la fiesta que nos da Dios, el día que hizo el Señor? A la fiesta corresponde la alegría, y a la alegría la expresión de la misma, el entusiasmo, el desbordarse sobre los límites de la monotonía diaria, la unión de lo presente con lo futuro, de la tierra y el cielo.
¿No debe haber un día en el año, en el que, al menos se considere tu Eucaristía como la fiesta de Dios en la calle y en las plazas de nuestra vida ordinaria, y que represente al mundo venidero en el que no existirá ya el templo, porque el mundo se habrá convertido en la ciudad de Dios? Tenemos, Señor, día del árbol, del medio ambiente, de la mujer trabajadora, de los museos, días sin tráfico, sin humos, muchos días dedicados a cosas buenas. ¿No puede haber un día como el Corpus Christi en la sociedad plural, en el que, al menos, algunas calles no sean sólo para el tráfico o el comercio, para las prisas de nuestras ocupaciones, sino simplemente para la alegría de sentir que Tú, Dios con nosotros, ¿estás justamente con nosotros en los espacios de cada día?
Es verdad que el Jueves Santo realizamos una procesión eucarística, con la que repetimos tu éxodo, Jesús, del cenáculo al monte de los Olivos. Cruzando tú el umbral de la muerte, te conviertes en Pan vivo, verdadero maná, alimento inagotable a lo largo de los siglos. Pero en la procesión del Jueves Santo al monumento tu Iglesia te acompaña, Señor, al monte de los Olivos, a tu entrega y a tu agonía. En la fiesta del Corpus reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección. Tú, Señor, has resucitado y vas ahora delante de nosotros.
En realidad, no se contradicen estas dos direcciones de tu camino, Cristo. La que se encamina al monte de los Olivos y esta del Corpus, en la que tú vas delante y nos precedes “a Galilea”, indican ambas el camino de tu seguimiento. Porque la verdadera meta de nuestro camino es la comunión con Dios Padre, donde tú nos dices que hay muchas moradas. Pero sólo podemos subir a estas moradas yendo “a Galilea”, yendo por los caminos del mundo, llevando el Evangelio a todas las naciones, llevando el don de tu amor a los hombres y mujeres de todos los tiempos. En la procesión del Corpus Christi te acompañamos a ti, el Resucitado, en tu camino por el mundo entero. Tú nos dices: “Tomad, comed… bebed de ella todos” (Mt 26,26s). Sí, pero no se puede “comer” al Resucitado, presente en la figura del pan, como un simple pedazo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con tu persona viva, ¡oh Cristo!, que eres mi Señor, que eres mi Creador y Redentor.
He aquí lo que significa para mí comer tu Cuerpo, Señor: alabarte por tu vida, por tu presencia, por tu alianza, por tu gracia, por tu amistad, por tu amor que te llevó a entregarte por mí. Recuerdo así lo que acuñó santo Tomás de Aquino en el insuperable himno para la fiesta del Corpus: Quantum potes tantum aude, que puede traducirse: “Atrévete a cuanto puedas”, esto es, decídete a alabarte a ti, Señor, como conviene. El verso del gran himno del Aquinatense evoca también las palabras que san Justino mártir pronunció ya en el siglo II.
En su exposición de la liturgia cristiana describe este escritor cristiano que, al celebrar la Eucaristía, el sacerdote debe elevar oraciones de acción de gracias “con toda la fuerza de que sea capaz”. En la fiesta de tu Cuerpo y de tu Sangre, Señor, me atrevo a pedir a toda la comunidad cristiana de Toledo que se sienta llamada a este cometido: “¡Atrévete a cuanto puedas!” en la alabanza del Señor, en adorarle en silencio, escuchando su voz tan elocuente, como lo hicimos con adornos y música, en cánticos, en alegría el pasado jueves. En este día hay que atreverse a hacerlo.
Sí, ya te dimos la bienvenida a nuestras calles a ti Cristo, como Señor del mundo. Debemos contrarrestar tantos olvidos de la falta de memoria de nosotros los cristianos. Es un día para ser agradecidos. Lo dice también santo Tomás: Nec sumptus consumitur, el amor no se consume, sino que se regala y, al regalarse, se recibe. De este modo nos tratas, Señor. Al brindarnos tu amor, oh Cristo, éste no se extingue, sino que se renueva. En esta fiesta del Corpus, Señor, se nos está diciendo que existe el amor y, por ello debemos tener esperanza. La esperanza que nos da tu amor, Jesucristo, nos da también fuerza para vivir y arrostrar los peligros del mundo. Amén.