La fe de Raúl es más fuere que todos sus miedos y sufrimientos. Esta podría ser la frase que resumiría la dura historia de Raúl, de 37 años, emigrante de un país de Centroamérica que por seguridad no voy a desvelar. Desde hace prácticamente un año está en Toledo, solo e intentando sobrellevar el día a día. Reconoce que emocional y físicamente se encuentra débil pues estar lejos de su esposa y de sus tres hijos hace muy complicada la estancia en Toledo, y más en una situación, como es la pandemia, en la que todo ha cambiado.
Conversar con Rául es darse cuenta de que detrás de su tímida sonrisa y de su suave tono de voz se esconde una vida marcada por un sufrimiento y un dolor enorme o atroz. Difícil describir con palabras lo que ha vivido, que cuando lo narra terminas diciendo “¿Cómo en las películas? Pero esto no es ficción, es una realidad terrible que con palabras no se puede reflejar.
Está casado con una abogada defensora de los derechos humanos, padre de tres hijos de entre 18 y 10 años. Dos de ellos han conocido como su padre la tortura y la cárcel. Hace aproximadamente dos años que Raúl estuvo durante un año en una cárcel de máxima tortura en su país. Dos de sus hijos mayores afortunadamente solo estuvieron 72 horas, las suficientes para saber cómo sería la vida de su padre en los próximos meses.
Raúl describe cómo fue el sufrimiento en la cárcel, en una celda de apenas 50 centímetros en condiciones infrahumanas, donde la luz se encendía por la noche para que no pudieran dormir y donde la comida era todos los días lo mismo. Durante su estancia en la cárcel por defender sus ideas políticas y los derechos humanos Raúl sufrió todo tipo de torturas, vejaciones y todo aquello que podamos imaginar para hacer la vida imposible e invivible a este padre de familia, que con 15 años había sido seminarista y también ha trabajado para Cáritas en su país.
Escuchar la historia de Raúl es preguntarse ¿Y cómo te has mantenido en pie? Muchos de nosotros no hubiéramos sido capaces de aguantar tanto sufrimiento, aunque él dice que cuando uno está en la debilidad es mucho más fuerte de lo que parece y que Dios siempre te acompaña y te da la fuerza que necesitas. En la cárcel recuerda que rezaba también en alto las oraciones que se sabía porque no le dejaron tener una biblia, oraciones que rezaba tumbado en el suelo y con la barbilla debajo de la rendija de la puerta para que su voz pudieran oírla sus compañeros de planta. Hubo incluso presos que se convirtieron rezando con fe, como dos hermanos –uno de ellos de una secta y otro pentecostal- que se hicieron devotos de la Virgen de Guadalupe y de la Divina Misericordia, y “hasta los guardias llegaron a tenerme caridad al final de mis días en ese lugar por mi trato con ellos de respeto y caridad”, comenta Raúl. “La fe ¡Es lo que me sostenía! ¡Dios y la Virgen María me agarran con fuerza!”, manifiesta.
Cuando fue apresado y ante la pregunta ¿Qué se piensa en esos momentos sabiendo que si no hablas te pueden matar y también a tus hijos? “Es una tortura que ya no duele. En aquellos momentos piensas: Señor, si tú me has traído aquí que se haga tu voluntad pero que mis hijos salgan”. Raúl confiaba ciegamente en Dios y sabía que no le iba a abandonar y a las 72 horas salieron sus hijos, él tardó unos más salir. Incluso recuerda que unas horas antes de salir en libertad Dios le hizo saber que pronto serían libres.
Ya en libertad, pero siempre vigilado porque había en los alrededores de su casa cinco patrullas de la policía, decide salir de su país y un 3 de octubre de 2019 llega a Toledo, porque aquí tiene una conocida que le ayudará a asentarse. Su objetivo es regresar lo antes posible a un país cerca del suyo y poder estar cerca de su familia pero ahora es realmente complicado.
En estos momentos está viviendo en una habitación con otros dos emigrantes, “pero el contacto es limitado por el miedo que tenemos con el coronavirus y también porque no me encuentro muy animado”. Y añade: “qué ironía de la vida ahora me encuentro más solo que en la cárcel”.
En la actualidad está siendo acompañado por Cáritas Diocesana de Toledo y por una parroquia de Toledo, intentando buscar un trabajo que le permita enviar dinero a su familia. “Tengo lo básico, pero quiero ser útil y trabajar”, afirma Raúl, que aquí en Toledo tiene secuelas en su salud de su estancia en la cárcel, secuelas que ante la falta de recursos no puede hacer frente y que muchas veces se calla para que las personas que están a su alrededor no lo sepan. Ha solicitado el asilo y está a la espera de que pronto consiga la tarjeta roja que le permita trabajar dignamente.
En esta Jornada del Emigrante y del Refugiado quiero recordar con este testimonio tan duro y estremecedor como es el de Raúl a tantos emigrantes y refugiados que están entre nosotros, que han abandonado su país por diversos motivos, y que detrás de su aparente fortaleza se esconde una vida llena de amargura y sufrimiento. Emigrantes que viven solos, que llegan a nuestro país en busca de un futuro mejor y donde la situación de vulnerabilidad que viven hace complicado que sonrían y sean felices. A pesar de todo, siguen en pie; dándonos ejemplo de que se puede salir adelante.
Por Mónica Moreno, responsable de Comunicación de Cáritas Diocesana de Toledo